sábado, octubre 07, 2006

¿De la crisis de los partidos políticos al fin de las ideologías?

Los sucesos políticos que vienen aconteciendo en Latinoamérica demuestran, hoy más que nunca, la crisis sistémica que están padeciendo los partidos. No sólo se trata de transformaciones producto de la evolución natural de toda organización, sino que el epílogo de la sucesión preclusiva de tales fases evolutivas, parecería tener como punto de llegada la desaparición de los presupuestos básicos que configuraron los partidos tradicionales.

Atrás quedaron las funciones partisanas de socialización política, movilización de la opinión pública, legitimación del sistema político, selección de elites, representación de la sociedad y la operatividad del régimen político. Existen otros actores que con relativo éxito vienen desplazando a los partidos en el ejercicio de estas funciones. Las ONGs, la iglesia, los gremios y sindicatos, grupos de poder, por citar sólo algunos, demuestran mayor dinamismo y funcionalidad a la hora de reivindicar demandas.

Lo preocupante, sin embargo, no está centrado solamente en la crisis de los partidos, sino que la trasciende. La realidad empírica viene demostrando un trayecto que perfila el fin de las ideologías. Sí inicialmente los partidos eran concebidos como reales mediadores de las demandas entre el Estado y la sociedad, hoy aquellos han perdido terreno y se han convertido en verdaderas maquinarias electorales, cuyas funciones principales son la organización de elecciones y el fortalecimiento del grupo parlamentario.

En este devenir histórico no sólo sorprende las transformaciones sociales y económicas, producto de las nuevas tecnologías de información, sino también el proceso de disolución en el que se encuentran las ideologías. Los colectivos que pretenden el poder no se cohesionan ya por profesar valores y principios ideológicos, sino por intereses sectoriales vinculados al desarrollo social o intereses que obedecen a patrones del tipo étnico, religioso, o cultural.

En las democracias sólidas de Europa, caracterizadas por la posesión de una territorialidad completa y una institucionalidad del orden también completa, o se gobierna solo (siempre que se tenga mayoría parlamentaria) o se gobierna en coalisión. La idea del progreso de la nación se sobrepone a lo ideológico, y las tareas para lograr el crecimiento económico con justicia social obnubilan lo ideológico, porque la esencia de las ideologías radica en su exclusión mutua.

Si ello es explicable en regímenes sólidos, y sin ánimos de extrapolar experiencias, lo mismo podemos afirmar respecto a democracias precarias como la nuestra, galardonadas con estabilidad estatal parcial y con una débil institucionalidad del orden. Y claro, si en el viejo continente el conflicto y la tensión suelen disiparse con mecanismos de negociación política, en nuestros sistemas políticos alicaídos la solución es el surgimiento de caudillos apolíticos, merced a la inexistencia de partidos, como verdaderas organizaciones articuladoras entre Estado y sociedad.

Pero el problema no termina allí. La integración regional como fenómeno dinamizador de las economías viene cuestionando la idea misma de la soberanía y los Estados nación. Los límites demarcatorios tradicionales parecen disiparse cada vez más, dando paso a bloques regionales capaces de influir inclusive en los patrones de comportamiento social de los Estados.

Bajo esta lógica, parecen ganar marxistas, neoliberales y anarquistas. Los primeros, porque su intención de desaparecer el Estado para instaurar un nuevo orden parecería no estar ya en manos de la revolución; los segundos, porque finalmente el hombre como individuo sería el centro de todo, y el mercado constituiría el motor exclusivo de la economía con prescindencia del Estado; finalmente los terceros, porque sin Estado se abre paso a la consolidación del caos y el desorden socio político.



26/04/2006

Fuente de la imágen:http://brasil.indymedia.org/images/2005/02/306525.jpg

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