jueves, octubre 12, 2006

El intelectual peruano y su otro yo: Una reflexión sobre la participación política de los intelectuales


Cuando uno rememora la historia del Perú, aunque sea de manera rauda y escasamente analítica, se pregunta: ¿Por qué antes el país paría intelectuales de renombre, y ahora parecería abortarlos? ¿Por qué con José Carlos Mariátegui, Jorge Basadre, Raúl Porras Barrenechea, César Vallejo, José María Arguedas, entre otros tantos, el siglo XX fue tan generoso con nosotros? ¿Por qué después de Alberto Flores Galindo parecería haberse sellado el final de la natalidad intelectual?

Al respecto, se suelen subrayar razones causales múltiples y de diversa naturaleza: el aspecto genético, la ineficacia de los procesos de estimulación temprana y aprendizaje durante la infancia, pobres niveles de educación escolar y superior, ausencia de oportunidades por parte de los gobiernos, además de otros condicionamientos sociales y económicos. Sin embargo, quienes avizoran estas razones olvidan, o no perciben, un elemento trascendente: la desafección política de los intelectuales y la persecución de intereses no colectivos.

Los intelectuales invierten su tiempo en centros de enseñanza, en sus labores particulares, en las bibliotecas, o sencillamente en casa. Al margen de si profesan o no cierta ideología, se muestran reacios a ejercer una identidad partidaria y a participar activamente en la política. ¿Por qué tal desafección?

Porque el intelectual ha heredado el complejo de que la política le va a arrebatar sus méritos, desprestigiándolo a futuro; porque ha entendido erróneamente que la política está desvinculada de toda acción social, no siendo necesario por tanto participar de él; porque participando en ella ha sufrido grandes derrotas y decepciones; porque ha sido dominado por la lógica individualista, estando lo colectivo y lo comunitario en un segundo plano; o, sencillamente, porque han otorgado a su progreso material y monetario prioridad ineludible.

No es el caso, pero sin haber hecho una investigación empírica sostengo -con riesgo a equivocarme- que la mayoría de intelectuales del país fueron, o son, de izquierda, en sus múltiples versiones. Es sobre esto que los socialistas debemos reflexionar, pues al fin y al cabo, al intelectual de derecha le es más fácil huir de las responsabilidades que supone la búsqueda de los intereses generales o colectivos. El intelectual de derecha no es, ni puede ser agobiado por su yo interior, reiterándole un imperativo de solidaridad con los menos favorecidos. Un intelectual que abrigue los postulados de la izquierda tiene el imperativo categórico y moral de militar en un partido político afín a su ideología.

Es aquí entonces, y no lo olvidemos, donde el intelectual choca con su yo interno, y decide por voluntad propia ser preso de su ignorancia. Nuestro propósito desde esta tribuna radica en otorgar la luz a los intelectuales del Perú, pues ellos deben disipar toda duda posible y tener claro de manera indubitable e inequívoca que su participación en la vida política de la nación puede contribuir a cambiar la realidad social y económica.

He preferido usar los términos de “izquierda” y “derecha” (antagónicos entre sí) porque no encuentro una contraposición absoluta entre ser liberal y ser socialista. Si bien ambas categorías están construidas sobre presupuestos distintos, no se excluyen por una lógica sistémica cuando se las aborda desde el plano político (desde la esfera de los derechos y libertades fundamentales). Si recurrimos, en cambio, al plano económico la cosa cambia, pues no hay duda que el liberalismo económico o de mercado genera profunda brecha económica e inequidad social.

Si mi oposición es a la satanización del liberalismo político -por confundirlo con el económico-, mi oposición a la existencia de un “centro” partidista es aún más férrea. ¿Qué significa ser un partido de centro? No lo sé, pues parecería ser el pretexto perfecto para disparar en ambos sentidos; parecería denotar la fuente de poder de aquellos partidos con espíritu puramente electorero. Y es que se apela al “centro” para justificar -de manera poco lógica- la conveniencia política, y explicar la moderación o radicalidad de la identidad partidista partiendo de él (centro derecha, centro izquierda), cuando lo racional, lógico, y cierto, es sostener el origen de la moderación o radicalidad de las posiciones políticas a partir de los puntos extremos de izquierda o derecha. Al fin y al cabo, creo, la identidad partidista no puede ser dual, ¿o sí?
Finalmente, profeso mi fe en el papel del intelectual para un viraje revolucionario de la política peruana. No es relevante si se es intelectual de izquierda o de derecha, pues lo trascendente -desde mi punto de vista- es que ese intelectual abrace una ideología o doctrina política, y contribuya activamente, desde una organización partidista, a la solución de los problemas sociales, políticos, económicos. Sólo de esta forma los debates entre el gobierno – oposición; la dialéctica en torno a políticas públicas de la agenda nacional; las relaciones Ejecutivo – Legislativo, e inclusive la defensa de las posiciones ideológicas partidistas, serán de calidad.
11/10/2006
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